Historia de la Torrija

Las torrijas son uno de los dulces más antiguos de la humanidad. La primera referencia conocida a un postre parecido al de la torrija está en la obra del romano Marco Gavio Apicio en el siglo IV. En su libro De re coquinaria (de cocinas), basado en recopilaciones de recetas dulces y caseras, aparecen dos fórmulas para "aliter dulcia" que significaba otro tipo de dulce. El recetario menciona que la rebanada de pan debe mojarse en leche hasta empaparse, pero no mencionaba el huevo ni el azúcar, y no le daba tampoco un nombre especial a la elaboración.

Se dice que este dulce fue introducido en Europa por los árabes que dieron rienda suelta a su imaginación para su exquisita elaboración, con vino, leche, azúcar y miel… y no se le llamó entonces torrija, término que se asoma en los diccionarios desde 1591, sino rebanadas, torradas o sopas doradas entre otros.

En el siglo XV la torrija se ligaba a los nacimientos. Pan, leche, huevo, y algo dulce, eran considerados alimentos energéticos ideales para las mujeres que acababan de dar a luz, por lo que se ofrecían tanto a la madre como a los invitados que acudían a visitar al recién nacido. A comienzos del siglo XX las torrijas conquistan las grandes ciudades españolas y fueron muy habituales en las tabernas servidas con un vaso de vino.

¿Por qué son típicas de la Semana Santa?

Las torrijas son un alimento muy calórico y, por lo tanto, apropiado para los días de abstinencia. Durante estos días, las monjas de los conventos intentaban aprovechar el pan duro y hacer distintas elaboraciones para alimentar a los necesitados. Además, tenían también un significado místico, la Resurrección de Jesús. El pan se identificaba con el Cuerpo de Cristo, la fritura en aceite con el sufrimiento, y la leche y la miel con el resurgir y la esperanza. De aquí proviene el simbolismo de comer torrijas durante la Semana Santa, una tradición que se ha mantenido hasta nuestros días.